Wednesday, December 15, 2010

Normalidad*

Mi nariz moqueaba mucho, tan solo mi ventana nasal izquierda estaba destapada, mientras que con la otra trataba de respirar profundamente sin lograrlo, tan solo que escurriesen abundantes mocos y lágrimas nasales. La pasé de vuelta en vuelta sobre la cama, causado por la tos y el insomnio de la gripa. Entre mis vueltas me fijé en el reloj sobre el buró. Eran las cuatro y media de la madrugada.

Encendí la luz y me levanté, me di cuenta de que tenía hambre y la cabeza me estallaba de dolor. No tenía agua para beber ni alimento para llenar el estómago. Al acercarme al espejo me miré con ese cabello alborotado a la “beatle”, me gustaba como me quedaba, aunque no podía decir lo mismo de las ojeras y el rastro blancuzco salitroso que había entre mi boca y mi nariz. Los mocos eran estalactitas que goteaban desde la fosa nasal derecha. Admiraba las gotas de mucosa liquida sobre el piso. Estando enfermo aquello me pareció un acto sublime y artístico.

—¡No mames, pinche Walberto! ¡Ya regrésate a dormir!—Dijo el reflejo en el espejo. Le obedecí sin chistar, al fin que tenía razón, todavía necesitaba mi descanso.

Vi las paredes azules del cuarto, apagué la luz, me envolví en las sabanas rojas e intenté dormir otra vez, mas el hambre y el dolor de cabeza no me dejaron. Mi cachorrita blanca de peluche, Leila, estaba a mi lado.

—Abrázame y te vas a sentir muy bien—Me dijo Leila con voz cantarina.
—¡Ah cabrón! ¿Pues desde cuando hablas?—Le pregunté asombrado
—Ya tiene rato, chiquito. Nomás que tú no hacías caso.

El cuarto azul en la oscuridad daba la impresión de hacerse más grande. Traté de alcanzar el enchufe de la luz estirando el brazo, pero la cama era más grande y yo me iba encogiendo.

—Si no te duermes, te encogerás mucho más.

Lamentablemente Leila no me avisó con tiempo, por lo que me encogí hasta desaparecer por completo.

Desperté en el mismo cuarto de paredes rojas con la misma gripa, solo que la luz estaba encendida. El reloj marcaba las tres de la tarde con doce minutos. Las sábanas anaranjadas estaban sudadas y pegajosas. Leila estaba a mi lado, amarillenta por tantos días sin lavarla. Me levanté, abrí la puerta del cuarto y caminé silencioso para ir a la cocina por un vaso de agua y tomarme las aspirinas.

Al regresar al cuarto busqué y busqué las pastillas pero no las encontré. Me vi al espejo y estaba pálido. Tomé el agua con prisa y el vaso se rompió entre mis manos.

—¡Anda Walberto!¡Mira que fuerza tienes!

El reflejo me habló, lo miré con desprecio y el espejo se rompió en pedazos. Aquello me asustó y de pronto empezó a temblar. El piso se abrió para tragarme mientras Leila se quedó arriba viéndome caer.

Me levanté en mi cuarto anaranjado, eran las siete de la mañana. Leila estaba en el mismo lugar desde donde caí. No era necesario prender la luz pues había amanecido. Me sacudí las sábanas azules. Recogí a Leila del suelo.

Fui a tomar un poco de agua y a comer un sándwich de ayer. Me quise ver al espejo, pero este ya estaba roto. No le di importancia y recogí una ropa sucia, metí a Leila en una bolsa negra de plástico para llevarla a lavar también.

—Acuérdate que es con pinol y no con cloro. Y debes ponerme aparte suavizante para quedar esponjosita.
—Sí, chiquita—Le respondí a su recordatorio.

Volví a ver los pedazos del espejo en el piso y estos se volvieron a juntar, regresaron a su lugar y quedaron intactos. Ahora el cuarto estaba en orden.

—Mucho mejor

Pensé lo mismo que mi reflejo había dicho. Salí al pasillo y después a la calle donde tembló dejando destruidas algunas zonas, varios edificios se habían caído y había escombros por todos lados.

—¡Óyeme Walberto!¡Ten más cuidado a la próxima!¿quieres?—Me dijo mi reflejo cuando pasaba cerca de una pared levantada, en una ventana que no había caído.
—Lo tendré. Al rato todo regresará a la normalidad después de que regrese de la lavandería.

Así, con la gripa curada, me fui con las bolsas de ropa sucia y Leila para lavarlas. Sé que será difícil reparar esas calles con la mente, así que me tendré que relajar para ponerme a trabajar en esto, procuraré no tener pesadillas en lo que los demás todavía se pregunten qué demonios pasó.
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*De la antología "Con los añejos a aquellos restos", leído en un café literario dedicado a Gabriela Mistral hecho el 21 de abril del 2010, organizado por la Facultad de Letras y la profesora Coral Aguirre

Sunday, September 05, 2010

Alice, comedor de cuentos

“Alice, el comedor de cuentos”

¿Qué desde cuando como cuentos en grandes cantidades? Pues desde que la conocí a Ella. Estaba solo en un estante junto a mis otros hermanos orejones, no hacía nada ahí, solo dormía un rato, tomaba algo de agua, alguien veía a nuestros compañeros de al lado, que eran los hamsters y los ratones, o veían a los vecinos de arriba, que eran los perros y gatos, y luego se fijaban en nosotros los conejos. Siempre venía gente a ver lo bonitos que éramos, algunos humanos con sus críos golpeaban el vidrio y nos molestaban con eso, otros solamente miraban sin hacernos nada. Normalmente veía como se llevaban al más lindo mientras tenía que esperar días para salir. Justo cuando creí que nadie me iba a comprar, Ella se me quedó viendo. Solo quedábamos yo, el conejo blanco de ojos rosas, y un compañero café que tenía orejas como un perro, solo que más largas. Ella me siguió mirando con la curiosidad de una niña, aunque era más alta, tampoco parecía una adulta, estaba como en medio, recordé que había quien se quedaba viendo largo rato y nunca volvían a ver, pero Ella no me traicionó. Sin saber por qué razón, me sacaron del estante donde había mucha viruta, y me metieron en una cajita oscura. Estaba asustado por que nunca estuve encerrado en un lugar tan pequeño. Fue cuando al abrirse la caja volví a verla. Era una muchacha pecosa de ojos tristes, me acariciaba con sus manos, me sacó para verme de cerca, yo sacudía mis bigotes para sentirla mejor. Me di cuenta que estaba en un lugar repleto de humanos y comencé a temblar.

—No tengas miedo, conejito, ahorita nos vamos y llegamos a la casa.

Supe que estaba en algún transporte porque miré por las ventanas que comenzábamos a movernos, ella venía sentada, me miró con una sonrisa que no cabía en su cara.

—Estas bien bonito, ay, precioso—Decía melosamente mientras me besaba, haciendo “mua mua” en la cabeza.

Me puso de nuevo en mi caja y acariciaba mi lomo, seguí temblando, aunque no sentía tanto miedo como antes. Cerró la caja, se movía conforme ella caminaba, el miedo de estar encerrado también se fue pues supe que no me iba a soltar. Al abrir la caja me encontraba en un cuarto de color rosado. Me puso en un cojín gigante en donde me acomodé porque estaba muy cansado. Arregló un rincón del cuarto y me metió

—Ahora quédate aquí, pórtate bien.

Sacó unas bolsas de plástico que tenían comida.

—Nada más me alcanzó para comprarme esto y no te compre comida ¿podrías comerlo?

Me enseñó una cosa de color rojo que no supe que era.

—Aquí tengo más manzanas. Ten. —Me dijo.

Nunca probé la manzana hasta que ella me dio una. La olí como suelo hacerlo con las cosas nuevas. Sentí asco al principio, era muy dulce para mí.

—-Ay, andale, por favor, comete esto, ahorita no puedo salir por que ya es muy noche, pero si te la comes juro que mañana salgo y te compro tu comida ¿si?.

No habiendo otra opción mastiqué la cáscara que no era tan empalagosa, y seguí masticando por que realmente tenía hambre. Ella se levantó del gran cojín y arregló otro rincón, donde había metido unos trapos blancos y azules.

—-Bueno, este será tu lugar, Alice—Me miró y sonrió—Así te vas a llamar, por “Alicia en el país de las maravillas” —Cuando decía esto, sonreía

Me dio un beso de buenas noches y me metió en el lugar que había preparado para mí. Puso una tabla para que no pudiera salir de ahí, luego puso agua en un tazoncito y se fue a acostar. Quedé en completa oscuridad. Comencé a morder los trapos para entretenerme un rato, todo iba bien, hasta que la tabla se cayó. Aproveché mi libertad y salí a explorar el cuarto. Como no veía nada, pues olía y mordía todo para probarlo. Había algo que se parecía a la pajita de mi jaula, pero estaba deliciosa, sabía dulzón, pero no tanto como la manzana, lo disfruté tanto que seguí mordiendo. Quizá fueron mis mordidas lo que la despertaron ya que Ella se había levantado repentinamente. Prendió las luces y abrió los ojos como si hubiese visto algo que no le gustó.

—¡Alice! ¿Qué hiciste? ¡Mis revistas, mis libros, mis comics! ¡Ah, conejo!

Se levantó apresurada a recoger las cosas que estaba mordiendo y yo me fui corriendo a la puerta del cuarto. Nunca entendí por que me las quitó y las puso en un lugar alto donde yo no podía alcanzarlos, solo estaba probando algo muy bueno y delicioso. Me levantó del suelo por donde andaba, me vio a los ojos y dijo.

—¡Ay, méndigo! ¡Eso no se hace!

Me puso de vuelta en el piso y se puso a buscar algo entre sus cosas.

—Ten, mastica esto, pero no los libros.

Me encerró de nuevo en el lugar con los trapos. Esta vez puso una silla que hiciera soporte para que la tabla no se cayera, así que no pude salir en toda la noche. Lo que me había dado a masticar eran pedazos de madera, sabían igual a la viruta que tenía en mi jaula, me quedé buen rato masticándolos. Entonces Ella se durmió y yo también.

Cuando desperté Ella seguía durmiendo, continuó así un rato, y yo seguía en la misma actividad: masticar. Pero se estaba volviendo aburrido, y ya tenía mucha hambre. Pasado un rato se despertó. No tenía la cara alegre del día anterior, se limitó a dejarme unas manzanas y acariciarme la cabeza. Salió con la mochila y me dejó solo con las luces apagadas, aunque sabía que era de día porque apenas entraban unos rayos de sol por el huevo de la puerta. Cuando regresó me sacó del rincón y me dio un beso en el hocico. Agarró la silla con la que me tuvo prisionero, y quien sabe que magia es la que haya usado pero estaba frente a un cuadrado que brillaba. Y en sus piernas tenía como una tabla de color blanco con la que hacía ruidos como “tiki tik tiki”. Me acerqué a sus pies y comencé a morder la suela de sus zapatos. Ella dejó de hacer el “tiki tik” y me miró.

—Deja, estoy escribiendo. Tengo que entregar este cuento.

Entonces supe que el “tiki tik tiki tik”era eso que hacía ¿Cómo dijo? Escribir, si, eso dijo ¿Cómo escribir? Es algo que sigo sin entender. También me explicaba que los libros no eran para comerse, aunque decía otra palabra que tampoco entiendo ¿Cómo me decía?...“¡Alice, tu eres un comedor de literatura, literalmente, conejo travieso!” Creo que eso tan sabroso que llama “libros” es la “literatura”. Y por supuesto que también hace cuentos. No eran muy diferentes de los libros. Recuerdo la primera vez que por fin vi como era un cuento realmente. Salían de una cosa gris rectangular, Ella sacaba un papel muy blanco, lleno de rayas punteadas de color negro, miraba las rayas con atención, y luego hacía bolita ese papel para tirarlo en el bote. Supe que esos eran “cuentos” porque siempre decía que nunca le había gustado como quedaba su “cuento”. En alguna ocasión no tiró correctamente en la basura su cuento, sino que estaba en el piso, me acerqué a verlo, me preguntaba como es que ponía tanta atención en eso y después lo desechaba ¿por qué no me lo daba a mí? Fue así que probé mi primer cuento, y sabía delicioso.

Ya antes la había visto de ese modo. Se la pasaba horas frente a ese cubo que brillaba, viéndolo por horas mientras, escribiendo sin parar (ya dije que eso es el “tliki ttik” que hacía, pero nunca supe que significa “escribir”). Los ojos se le ponían tan rojos como los míos. Ese día estaba tan cansada que se durmió, olvidando recoger la hoja rayada que salía del cubo rectangular. Yo era muy pequeño para alcanzarla, pero antes había logrado saltar tan alto como para salir de mi rincón. Medité el salto perfecto, pero al final no tuve que hacer nada, ya que la hoja cayó sola, me acerqué listo para comérmela. Entonces noté que esas rayas punteadas que tenía parecían dibujos, las miré un rato sin saber que hacer, y fue cuando empecé a masticar siguiendo las líneas, como si tuviesen una indicación para seguir, como un olor al que estaba persiguiendo. Ella se despertó, no me di cuenta hasta que estaba levantada, una gigante bondadosa que se enojaría por comer lo que no debía, ya antes me lo había dicho, pero no puedo evitarlo, es el instinto de morder por que si no lo hago me empiezan a doler los dientes. Pero me vio con cansancio, levantó la hoja mordida y sonrió torcidamente.

—No te apures, Alice, de todos modos no era para alguna editorial importante o una revista. Seguramente estaba destinado a que tú te comieses este cuento porque no estaba bien y necesitaba correcciones. ¡Gracias, chiquito!

Acarició mi cabeza y mi lomo con suavidad, besó mis orejas y se sentó a seguir escribiendo. Alejó todo los libros del piso desde la primera vez que los mastiqué, desde entonces solo me da a masticar maderitas. Pero fue en esa ocasión tan especial en que me convertí en el comedor oficial de sus cuentos, los cuales, en las contadas ocasiones que me los da, me encanta comer y saborear mientras Ella sigue escribiendo.
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Cuento publicado originalmente en mi blog de opinión link y sacado al aire en el programa de "Nina Felina" de Matamoros

Saturday, June 26, 2010

Su otro universo*

Jimena caminaba por la calle, admiraba las nubes del horizonte, empapada en los colores de fuego que despedía el atardecer. Su secundaria quedaba cerca de un parque al cual iban todos cuando salían. Cargaba la mochila con los libros del día, bajo su brazo izquierdo tenía un sistema planetario que le habían pedido para esa tarde en el salón. No muy lejos estaba ese terreno abandonado que era puro monte, caminó por ahí para cortar camino a su casa, ese día habían salido temprano, adentrándose en su camino le sorprendió la noche. Admiró el cielo veraniego, imaginaba que las estrellas que veía eran un chal de brillantes que la podía abrigar. Un crujido sonó a lo lejos, creyó que quizá sería otro paseante e ignoró su miedo, ese crujido volvió a sonar. Ella aceleró sus pasos, su vista seguía fija en las estrellas, sostenía con fuerza su sistema solar hecho de bolas de unisel que tenían diamantina de diversos colores como galaxias, Jimena sabía que en las galaxias siempre había mucha luz y color. El crujido se escuchó con más fuerza que antes, entonces le siguió un sonido que ella no reconoció, le pareció como si fuese grillos, lluvia y norte juntos. Jimena corrió asustada, tirando al suelo su mochila, sin soltar su trabajo. Ese sonido se acercaba, ahora sonaba tan fuerte como un huracán. Su cartón del sistema solar cayó, una luz la iluminó toda, su miedo repentinamente había desaparecido. Sintió que sus pies se alejaban del suelo, vio sus planetas de unisel y diamantina tirados junto a la mochila, entonces observó el cielo y supo que se elevaba a las estrellas. Una luz blanca la rodeó impidiéndole mirar a su alrededor ¿estaría muerta? No, eso era demasiado bello como para estar muerta. ¿Cómo podría explicarlo? Fue como si estuviese flotando en el aire, pero a su alrededor no veía más que blanco, era la misma sensación que tenía al estar flotando en el agua. Giraba su cabeza para saber qué nuevo territorio estaba por conocer. Entonces la luz blanca se alejó de su vista y ahora estaba rodeada de estrellas fugaces y cometas del color del neón, al estar frente a todo esto las ganas de dormir la dominaron, cerró sus ojos con lentitud, como escuchando una canción de cuna que la relajaba. Mientras reposaba de pie en el aire alguien se le acercó, era una sombra niquelada que flotaba como una pluma, la forma de una mano enamorada se posó en la vitrina invisible que encerraba a Jimena. Otras cuatro sombras incorpóreas se acercaron a verla, parecían niños curiosos, tímidos de saber qué pasaría si ella abriese los ojos, pero la sombra que mantenía su mano en la vitrina era la más interesada. La acostaron cuidadosos de no despertarla, la movieron de su lugar, la seguían mirando dormir. Una luz que parecía hecha de luciérnagas cayó sobre ella, sonrió como si se acordase de algo hermoso en sus sueños. Su sonrisa se solidificó, quedando grabada en una laminilla plateada, al igual que el resto de su cuerpo durmiente. La pusieron de pie, quedando plasmada en una fotografía en plata, como si fuese un bosquejo listo a exhibirse. La luminiscencia que había elevado a Jimena fue la misma que la había bajado al terreno baldío donde ella se encontraba, dejándola junto a su mochila y sus libros. Un viejito que era su abuelo pasó cerca, al principio no notó que era aquella niña de catorce años pintada en un lienzo de plata era su nieta, al acercarse notó esa sonrisa que tanto la caracterizaba, al tocarla se tambaleó y fue a dar al suelo, rompiéndose como el cristal. El abuelo se espantó y corrió con prisa. En la nave del espacio las sombras niqueladas observaron el desastre inesperado, bajaron en silencio y recogieron los pedazos de Jimena que estaban regados por todas partes. La observaron con ojos llenos de tristeza, la acomodaron en una mesa incorpórea y comenzaron a reunir las partes, la sonrisa y el uniforme de secundaria reaparecieron al instante, la pusieron en su posición original, sus ojos continuaban cerrados en un ininterrumpido sueño. Las sombras bondadosas sonrieron complacidas. La pasaron por la misma luz que emitía chispas verdes, regresando así a como ellos la habían encontrado en la Tierra. La sombra que antes la había contemplado con interés, tocando el vidrio inasible que la separaba de Jimena, le regresó una sonrisa inapreciable. Jimena despertó en medio del monte, recordando que había huido de algo, pero ¿por qué cosa habría corrido si ahora se sentía tan bien? Su abuelo regresó todavía acelerado, Jimena no supo cómo reaccionar, solo dijo que quería regresar pronto a su casa. Vio al cielo estelar y algo resonó en su cabeza, como cuando recordaba las canciones que oía en la radio, de pronto tuvo la certeza de saberlo:
La sombra plateada, la de mano enamorada, le pidió que la viese en el espacio, quizá pasarían una noche comiendo estrellas fugaces y cometas, jugando entre millones de kilómetros como los niños que eran, viendo como la Tierra salía en su otro universo, mientras ellos se alcanzaban a conocer mejor.

*Cuento que desde el 2005 ha circulado entre amigos del messenger, forma parte de la antología "Con los añejos a aquellos restos"

Thursday, January 28, 2010

Reintroducción a nuevas expectativas e imágenes

Faltan tres meses pasa que se cumpla el plazo, y no he logrado nada, en parte tengo la culpa pues también no me he movido ni he contactado lo suficiente. Esta página tiene mi verdadero nombre, aquel con el que me muevo en la vida real, mientras que para los demás en el cibermundo soy Ciudadana Herzeleid, para el circulo donde realmente quiero moverme soy Laura, aquella que ha mencionado que escribe esto, o cuenta aquello. Es inevitable que con mi forma de ser no pueda ser tomada en serio, y es que lo literario aparenta ser algo serio, cuando en realidad se puede tratar de juegos de la escritura.

Hago este escrito pues el plazo se acerca, pero poco a poco iré juntando las publicaciones que tengo dispersas en internet aquí, y les ruego a los lectores en general que me digan sus opiniones. Pero esto será mientras espero a cumplir.

He reactivado este blog porque lo necesitaba, y porque sacudirse las telarañas mentales es bueno. Y es con estas expocisiones y con estos textos que comenzaremos el año.

Firma: Laura E. Cáceres