Tuesday, July 26, 2011

La visita*


Cuando excavaba en el jardín para plantar un rosal se encontró con un reloj, este corría, le gustaron las manecillas doradas y los números romanos. Lo guardó en su bolsillo y dejó que corriera, se hizo a un lado los cabellos rubios y dejó que su esquelética anatomía corriera, su madre la esperaba con el almuerzo. Las aves cantaban durante la mañana, el camión la recogió y la llevó a su instituto y pasó su día sin poner atención a su alrededor. Las moscas volaron, las nubes se recorrieron el cielo, el sol se movía pausadamente, las sombras se alargaban el suelo conforme las horas pasaban. Escribía dictados, dibujaba mapas, aprendía cosas, llegaba y sentía como el aire movía su cabello y la tela de su vestido, escuchó el rechinido de los columpios, y sus pasos en la grava. El camión la llevó hasta su casa, rugió su motor, explotó una chispa en la batería, del escape salió humo. Ella llegó a su casa, estudió y durmió.
Como todas las mañanas, se levantó a mirar el sol, pero en un descuido su reloj cayó al piso, rompiéndose. Vio con atención las piezas metálicas. No le importó mucho, vería que se lo reparara después alguien que si conociera sobre el tema. Se calló esperando que los pájaros matutinos le respondieran, no escuchó nada. Se explicó su ausencia pensando que era muy temprano, o a lo mejor la primavera no llegó con el calor necesario para despertarlos. Corrió hasta la cocina para desayunar, esperaba ver ahí a sus padres, ni siquiera escuchó el tintineo de los vasos de vidrio ni el agua corriendo o la cafetera hirviendo. Se preguntó si realmente se habría despertado temprano, pero el sol había salido, se notaba pues toda la casa estaba iluminada por los rayos. Se sentó a esperar en el comedor, se quedó un rato esperando a que despertaran, fue impaciente y se dirigió a su habitación. Se acercó y todavía en pijama fue a verlos. Sus padres permanecieron dormidos, a la espera de que ella fuera a despertarlos. Esto la alegró, hizo escándalo para despertarlos, pero no se inmutaban,  se extrañó porque no reaccionaran. Los tocó y parecían cera fría, los sacudió pero eran estatuas de carne, quiso mover sus sábanas que aparentemente estaban lisas pero cambiarlas o recogerlas era tan difícil como mover una piedra. Salió afuera, y notó a una mariposa que quedó suspendida en el aire, la tocó y esta cayó al césped, se mantuvo con las alas tiesas al igual que las sábanas que tocó anteriormente. Caminó y recorrió la calle, las abejas estaban de igual forma que la mariposa, de inmediato notó la ausencia del viento. Se dio cuenta que el camión estaba en camino, pero se mantenía silencioso, vio a sus compañeros dentro, algunos se sacaban los mocos, otros bostezaban o dormitaban, algunos leían libros con tareas que les encargaron y otros se reían, pero permanecían igualmente estáticos. Trato de entrar al camión, la puerta no cedió, estaba muy atrancada. Regresó a su casa, se sintió con libertad de agarrar la comida, usó la pala del jardín como una palanca, con toda su fuerza pudo abrir la puerta del refrigerador, la puerta se abrió de súbito e hizo “clanc”, algunos alimentos como el jugo, la leche, la mantequilla y la mayonesa salieron e igualmente quedaron suspendidos, se acercó y tomó todas estas cosas con cuidado de que no cayeran en el suelo en pleno trayecto, las acomodó en la mesa, tomó un poco de pan, los probó y  no sabía a nada, trataba de encontrar lo salado a la mantequilla y lo dulce a la mermelada, pero ni uno ni otro le dio resultado. La luz solar seguía igual, pero se sentía cansada. Regreso a su cama y volvió a dormir. Cuando despertó no hubo cambio alguno en cuanto a las cosas, sintió la urgencia de despertar a sus papás pero recordó su estado, fue al teléfono, no tenía línea.  Fue a casa del vecino, se llevó una desagradable sorpresa al buscarlo y darse cuenta que se bañaba, las gotas de agua quedaron igualmente en el aire, negándose a bajar por la gravedad. Para ella pasaron semanas, cuando ya no quedaba comida tuvo que arriesgarse a ir al mercado pues recordó que era ahí donde su mamá iba cada que se acababa la comida, todo seguía pausado. Llevó la misma pala que usó cuando abrió la puerta de su refrigerador por primera vez. Batalló igual para abrir las puertas pues también se hallaban atrancadas. Se llevó helados, refrescos y algo de comida chatarra. Le gustó cuando volaban en el aire y su recorrido al suelo era lento. Así las atrapaba con la boca, sin embargo los alimentos seguía sin sabor, el helado no salía de las cajas y los refrescos gasificados no sacaban burbujas así como ella recordaba, daba lo mismo si tomaba agua. Vivió así por lo que parecieron meses, ya era más alta que los niños que estaban afuera de su casa, esperando dentro de un autobús sin marcha. Varias veces trató de reparar el reloj, recogió todas las piezas, sus experimentos fueron risibles, escuchaba el tic tac, pero no se movían las manecillas de forma correcta, las acomodó y las adelantó, no notó de inmediato que llegó a hacerse una anciana, le dolieron los huesos, sus manos tenían muchas pecas, se vio al espejo y se asustó. Tuvo que regresar la manecilla a su lugar. Le enojaba el hecho de que descubriera que una manecilla servía para ella y no para los demás. El día en que el mundo quedó en pausa ella no tenía el conocimiento de un relojero ni las hábiles manos de un joyero, siguió creciendo y a veces iba a pasear a la ciudad, ya no le temía como antes, los mercados estaban varados, la gente estaba en muchas posiciones, esposos viendo lascivamente a otras mujeres que estaban en poses provocativas, deportistas en juego, unos pateando un balón, otros nadando sin moverse, columpios que se quedaron inclinados por un viento intangible, niños con sonrisas congeladas, jefes regañando trabajadores en la vía pública. Ella siempre llegaba a su casa, cansada de ver todo esto, de saber que no podía hacer nada, a veces unía una que otra pieza, pero igualmente le asustaba el hecho de que pudiera mover algo  y morirse sin remedio. El sol le aburría, ya extrañaba la noche, quería recordar las estrellas, el otoño y del invierno, que sus padres la arroparan cuando el frío entraba por su ventana, el viento fresco, el agua corriendo a velocidad normal, el hielo derritiéndose, el sabor del azúcar. En una ocasión, en la misma mesa donde antes había desayunado con sus padres y hacía sus tareas escolares, en donde había tratado de reparar el reloj, se quedó sentada, esperando a que de algún modo no hubiese encontrado ese reloj en el mismo lugar donde su rosal fue plantado, ni de que se le hubiese caído, ni de que hubiera detenido su crecimiento, ni de que sus padres no volvieran a hablarle y se quedaran en un sueño del que no despertarían porque la vida no avanzaba. Fue a su cuarto a llorar, algunas lágrimas flotaron, acostumbrada a que el sol nunca cambiaba de lugar, cayó dormida en su cama de telas de piedra.
Un niño se metió por la ventana de la habitación, tenía el cabello y piel blanca, vestía  pantalón y camisa negros. Observó a la niña con sus ojos negros, ella no pareció notar su presencia. Agarró una lágrima congelada en el aire, la soltó y dejó que cayera al suelo con la velocidad propia de la fuerza de gravedad, extendió las sábanas, la arropó y salió del cuarto.
Un hombre con el pelo cano llegó hasta el comedor, su rostro parecía de un adolescente, inspeccionó el área, como si quisiera evitar interrupciones, entonces su mirada se posó en la mesa, vio el reloj.
-¡Con que aquí estuviste todo este tiempo!
Unas manos arrugadas y desgastadas comenzaron a juntar las piezas, un rostro anciano analizó los pedazos, al fruncir el entrecejo sus líneas de expresión se hicieron evidentes. Buscó en sus bolsillos del pantalón, sacó vidrios cóncavos, pinzas, alambres y más manecillas. Un niño de cabello albino acomodó los engranajes con una precisión que no pertenecía a la de su edad, puso tuercas y tornillos, adaptó engranes, hizo algunos ajustes. Un muchacho acomodó el minutero y el segundero, cerró la tapa que cubría el mecanismo, vio el reverso del reloj, sonrió y se dirigió a la puerta. Un viejo fue a la calle e hizo una prueba, le dio cuerda para unos segundos. Los pájaros se escucharon, el viento sopló, el pastó se movió unos centímetros por el viento, las mariposas volaron, las cortinas se movieron, la gente habló, estornudó, pateó, cantó,  después todo se pausó y regresó el silencio. Al niño de cabello blanquecino le brillaron los ojos de emoción. Regresó a la casa, por la misma ventana donde entró. Juno continuaba durmiendo, ahora ella era una estatua de piedra como sus padres. El varón de veinte años con cabello encanecido le tocó la frente, Juno redujo los centímetros de estatura que creció en su destiempo y unas cuantas pecas imperceptibles desaparecieron de su cara. El anciano llamado Cronos retiró su mano desgastada de la frente fría de Juno, volvió a dar cuerda al reloj, el tiempo siguió su curso.
Juno despertó, por un momento le pareció ver a un niño de pelo blanco en su alcoba, pero pensó que era producto de su imaginación. Se levantó y fue a la mesa, sus padres seguían en pijama, su mamá abrió el refrigerador rebosante de comida, sacó la jarra de vidrio, le sirvió el zumo de naranja que tanto le gustaba por lo dulce, le prepararon el desayuno que le sabía tan bien, salado y cálido. Salió al jardín y su rosal creció tres centímetros. Se acordó del reloj que se encontró ayer y regresó al cuarto a buscarlo. Se le hizo raro no encontrarlo, estaba segura de que en alguna parte de su cama estaría pues se durmió con él, pensó que tal vez lo dejó en la mesa y sus padres lo recogieron y se quedaron con él, olvidó el asunto. La apresuraron a que se arreglara pues el camión ya había llegado a su casa para recogerla, se vistió y salió con su mochila en mano, atardeció, hizo los deberes, jugó un poco y llegó la noche para que durmiera nuevamente, otro día pasó. Juno vivía en las desmemorias de ese instante perpetuo, viéndose crecer pero sin que nada pareciera que cambiase a su alrededor, una vez más regresó a la rutina de la escuela, los juegos, a regar plantas y a que sus padres la cuidaran y protegieran hasta donde ellos pudiesen hacerlo.