Jimena caminaba por la calle, admiraba las nubes del horizonte, empapada en los colores de fuego que despedía el atardecer. Su secundaria quedaba cerca de un parque al cual iban todos cuando salían. Cargaba la mochila con los libros del día, bajo su brazo izquierdo tenía un sistema planetario que le habían pedido para esa tarde en el salón. No muy lejos estaba ese terreno abandonado que era puro monte, caminó por ahí para cortar camino a su casa, ese día habían salido temprano, adentrándose en su camino le sorprendió la noche. Admiró el cielo veraniego, imaginaba que las estrellas que veía eran un chal de brillantes que la podía abrigar. Un crujido sonó a lo lejos, creyó que quizá sería otro paseante e ignoró su miedo, ese crujido volvió a sonar. Ella aceleró sus pasos, su vista seguía fija en las estrellas, sostenía con fuerza su sistema solar hecho de bolas de unisel que tenían diamantina de diversos colores como galaxias, Jimena sabía que en las galaxias siempre había mucha luz y color. El crujido se escuchó con más fuerza que antes, entonces le siguió un sonido que ella no reconoció, le pareció como si fuese grillos, lluvia y norte juntos. Jimena corrió asustada, tirando al suelo su mochila, sin soltar su trabajo. Ese sonido se acercaba, ahora sonaba tan fuerte como un huracán. Su cartón del sistema solar cayó, una luz la iluminó toda, su miedo repentinamente había desaparecido. Sintió que sus pies se alejaban del suelo, vio sus planetas de unisel y diamantina tirados junto a la mochila, entonces observó el cielo y supo que se elevaba a las estrellas. Una luz blanca la rodeó impidiéndole mirar a su alrededor ¿estaría muerta? No, eso era demasiado bello como para estar muerta. ¿Cómo podría explicarlo? Fue como si estuviese flotando en el aire, pero a su alrededor no veía más que blanco, era la misma sensación que tenía al estar flotando en el agua. Giraba su cabeza para saber qué nuevo territorio estaba por conocer. Entonces la luz blanca se alejó de su vista y ahora estaba rodeada de estrellas fugaces y cometas del color del neón, al estar frente a todo esto las ganas de dormir la dominaron, cerró sus ojos con lentitud, como escuchando una canción de cuna que la relajaba. Mientras reposaba de pie en el aire alguien se le acercó, era una sombra niquelada que flotaba como una pluma, la forma de una mano enamorada se posó en la vitrina invisible que encerraba a Jimena. Otras cuatro sombras incorpóreas se acercaron a verla, parecían niños curiosos, tímidos de saber qué pasaría si ella abriese los ojos, pero la sombra que mantenía su mano en la vitrina era la más interesada. La acostaron cuidadosos de no despertarla, la movieron de su lugar, la seguían mirando dormir. Una luz que parecía hecha de luciérnagas cayó sobre ella, sonrió como si se acordase de algo hermoso en sus sueños. Su sonrisa se solidificó, quedando grabada en una laminilla plateada, al igual que el resto de su cuerpo durmiente. La pusieron de pie, quedando plasmada en una fotografía en plata, como si fuese un bosquejo listo a exhibirse. La luminiscencia que había elevado a Jimena fue la misma que la había bajado al terreno baldío donde ella se encontraba, dejándola junto a su mochila y sus libros. Un viejito que era su abuelo pasó cerca, al principio no notó que era aquella niña de catorce años pintada en un lienzo de plata era su nieta, al acercarse notó esa sonrisa que tanto la caracterizaba, al tocarla se tambaleó y fue a dar al suelo, rompiéndose como el cristal. El abuelo se espantó y corrió con prisa. En la nave del espacio las sombras niqueladas observaron el desastre inesperado, bajaron en silencio y recogieron los pedazos de Jimena que estaban regados por todas partes. La observaron con ojos llenos de tristeza, la acomodaron en una mesa incorpórea y comenzaron a reunir las partes, la sonrisa y el uniforme de secundaria reaparecieron al instante, la pusieron en su posición original, sus ojos continuaban cerrados en un ininterrumpido sueño. Las sombras bondadosas sonrieron complacidas. La pasaron por la misma luz que emitía chispas verdes, regresando así a como ellos la habían encontrado en la Tierra. La sombra que antes la había contemplado con interés, tocando el vidrio inasible que la separaba de Jimena, le regresó una sonrisa inapreciable. Jimena despertó en medio del monte, recordando que había huido de algo, pero ¿por qué cosa habría corrido si ahora se sentía tan bien? Su abuelo regresó todavía acelerado, Jimena no supo cómo reaccionar, solo dijo que quería regresar pronto a su casa. Vio al cielo estelar y algo resonó en su cabeza, como cuando recordaba las canciones que oía en la radio, de pronto tuvo la certeza de saberlo:
La sombra plateada, la de mano enamorada, le pidió que la viese en el espacio, quizá pasarían una noche comiendo estrellas fugaces y cometas, jugando entre millones de kilómetros como los niños que eran, viendo como la Tierra salía en su otro universo, mientras ellos se alcanzaban a conocer mejor.
*Cuento que desde el 2005 ha circulado entre amigos del messenger, forma parte de la antología "Con los añejos a aquellos restos"